Ludovico Ariosto, Sátiras, edición bilingüe, traducción, prólogo y notas de
José María Micó, Barcelona, Península, 1999.
[...] Quiero un colchón que les resulte blando
a mis costillas, de algodón o lana,
para no ir a dormir a la posada.
Provéeme de leña seca y buena;
de alguien que me cocine sin remilgos
un pedazo de vaca o de carnero,
que no me gustan esos que procuran
resucitar el hambre con mil salsas,
por si estuviese muerta y enterrada.
Que su asador o su puchero pringuen
del morro a las orejas a Vorano,
nacido sólo para hacer estiércol,
porque más que saciar con alimento
el hambre, da en comer para que el hambre
le baje la comida por el vientre.
El camarero nuevo, que yantaba
ajo y pan, y que mientras sus hermanos
guardaban las azadas conducía
los bueyes, hoy persigue al cocinero
y detesta comer siempre lo mismo:
quiere faisanes, tórtolas, perdices...
Ahora es capaz de distinguir comiendo
jabalí o choto que han pacido en monte
de aquellos que proceden de Elisea.
Quiero el agua del río, no de fuente,
y que ni el puente Sisto ni otro alguno
la hayan visto pasar hace seis días.
El vino me da igual; no lo desprecio:
para templar el agua basta un poco
y lo puedo comprar en la taberna.
Los nuestros, que han nacido entre pantanos,
jamás los bebo sin mezclar con agua,
porque me aturden y me dan ronquera.
¿Cómo serán los vinos que han granado
en algún roquedal del ladrón corso,
del griego infiel o del ligur voluble?
Bébaselo en su cuarto fray Beodo,
mientras los feligreses, en ayunas,
lo esperan para oír los Evangelios;
suba después al púlpito, más rojo
que un cangrejo cocido, amedrentando
con sus gritos a todos los presentes,
y luego estigmatice a fray Gualengo,
micer Moschino y todos sus cofrades
por causar la escasez de la garnacha
o hartarse de pichones y capones
en Gorgadello o donde el Moro, y él,
escondido en su celda, hace lo mismo. [...]