Ludovico Ariosto, Orlando furioso, traducción, introducción, edición y notas de José María Micó, Madrid, Espasa ~ Biblioteca de Literatura Universal, 2005.
Nueva edición: Madrid, Espasa, 2010.

¶ PREMIO INTERNAZIONALE DIEGO VALERI (Monselice, Italia, 2005).
¶ PREMIO NACIONAL A LA MEJOR TRADUCCIÓN (España, 2006).
¶ PREMIO NAZIONALE PER LA TRADUZIONE (Italia, 2007).

Se veía la estancia más secreta
de la reina, la más engalanada;
y en tal estancia nunca entraba nadie
que no fuese de extrema confianza.
Miró con atención y vio a un enano
revuelto en rara lucha con la reina,
y era tan diestro el tipo en su trabajo,
que logró colocársela debajo.

Giocondo, estupefacto y aturdido,
pensando que soñaba, estuvo un rato
mirando, y cuando vio que no era un sueño,
creyó por fin en lo que estaba viendo.
Pensó: «¿Por qué la reina se somete
a un monstruo jorobado y contrahecho
teniendo a un rey excelso por marido,
el más bello y cortés? ¡Oh, qué apetito!»

Entonces recordó a su propia esposa,
a la que tanto había criticado
por entenderse con aquel muchacho,
y pensó que su error era excusable.
No era su culpa, sino de su sexo,
que con un hombre solo no se sacia;
si todas pecan de ese mismo antojo,
ella al menos no lo hizo con un monstruo.

Al día siguiente y a la misma hora
y a ese mismo lugar vuelve Giocondo,
y también ve a la reina y al enano
haciendo al rey la misma chirigota.
Y vuelven al trabajo al día siguiente
y al otro, sin jornada de descanso;
y la reina se queja (esto sí es raro)
de que el enano es en amor muy parco.

(XXVIII, 34-37)


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