La fragua de las Soledades. Ensayos sobre Góngora, Barcelona, Sirmio, 1990.

PRÓLOGO

La principal misión de la crítica literaria es mostrar que juicios como el de Menéndez Pelayo sobre Góngora («pobre de ideas y riquísimo de imágenes») constituyen en realidad un contrasentido. Por una de esas paradojas que abundan en la literatura española, la vieja distinción de don Marcelino es mucho menos conveniente al poeta cordobés que un bello endecasílabo puesto por Rubén Darío en boca de Velázquez: «Alma de oro, fina voz de oro».
      Con ese dilema como telón de fondo, mi propósito de hoy es muy simple: entender mejor al autor de las Soledades con el auxilio de unos cuantos poemas anteriores, escritos entre los diecinueve y los cincuenta años. Las servidumbres de la cronología nos obligan a abrir boca con unos versos que, a pesar de su importancia histórica, no cuentan entre los más memorables de don Luis. Pero a partir del capítulo segundo, el lector tendrá al menos la satisfacción de recorrer varios de los mejores poemas de la literatura española: un soneto perfecto de 1594, una sorprendente canción amorosa de 1600 o unos espléndidos y desengañados tercetos de 1609. Quiero pensar que su estudio puede situarnos con mejor ánimo en el umbral de las Soledades. Y es que muestran al menos la facilidad con que Góngora alteraba los géneros líricos de su tiempo y aquel afán tan suyo por juguetear con las imposiciones de la tradición. Muestran también que su trayectoria poética no debe verse sólo reflejada en la intensificación de las célebres fórmulas estilísticas o en el amontonamiento progresivo de recursos cultos, sino que puede advertirse además en la aparición de una serie de ideas y temas que recibirán su expresión más acabada dentro del portentoso mundo conceptual de los «poemas mayores».

J. M. M. J.
Barcelona y Jalance, 1989.


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CONTENIDO

I. Góngora a los diecinueve años

II. «Descaminado, enfermo, peregrino»

III. La superación del petrarquismo

IV. «A mis soledades voy»


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