Para entender a Góngora, Barcelona, Acantilado, 2015.
PRÓLOGO
Dentro de unas horas acompañaré con mi guitarra a una bella cantante en «El boliche de Roberto», un local histórico del tango popular en Buenos Aires. Ahora la música y Dante ocupan en mi vida el espacio que en el pasado, y especialmente entre mis veinte y mis cuarenta años, ocupó el estudio de la poesía de Luis de Góngora. Algunas cosas salieron de ahí: tesis, clases, conferencias, seminarios, congresos, artículos, ensayos, ediciones, libros, alumnos, discípulos y amigos.
La inercia de viejas energías y, sobre todo, el generoso impulso de algunos colegas, me acabaron convirtiendo en investigador principal de un proyecto de los llamados I+D+i, «Todo Góngora», que ha durado seis años y que termina oficialmente mañana. También de ahí han salido algunas cosas, debidas a la vida de los otros más que a la mía, entre ellas tres congresos internacionales reunidos en sendos—y estupendos—volúmenes: El duque de Lerma. Mecenazgo y literatura en el Siglo de Oro (Madrid, Centro de Estudios Europa His-pánica, 2011), Góngora y el epigrama. Estudios sobre las décimas (Madrid, Iberoamericana, 2013) y La Edad del Genio. España e Italia en tiempos de Góngora (Pisa, ETS, 2013, pero en realidad 2014).
Lo mejor de estos seis años ha sido, sin duda, el contacto con los demás miembros del proyecto, que casi sin excepción han hecho contribuciones individuales importantísimas a los estudios gongorinos. Ahí están los libros y las ediciones recientes de Mercedes Blanco, Laura Dolfi, Juan Matas Caballero, Antonio Pérez Lasheras, Giulia Poggi y, last but non least—nunca había usado la frase porque nunca podía venir más al pelo—, Jesús Ponce Cárdenas. A varios investigadores en formación (Ana Belén Morán, Cèlia Nadal, Amanda Pedraza y Antonio Rojas Castro) se deben herramientas utilísimas como el sitio web del proyecto y una completa bibliografía gongorina del siglo XXI. La tesis de Toni Rojas supondrá un avance importante en la aplicación de las tecnologías digitales al estudio de la literatura. Además, otras dos investigadoras relacionadas con el grupo se han convertido en doctoras: Sara Pezzini y Alba Teixidó. Mención aparte merece Begoña Capllonch, porque ha sido un privilegio colaborar con ella y porque su lucidez para el análisis del lenguaje poético se ha plasmado, y estoy seguro de que se seguirá plasmando, en excelentes estudios sobre Góngora y en admirables traducciones de poetas antiguos.
Mi despedida íntima de la filología empezó hace ya algunos años, cuando doné mi biblioteca particular a la Universitat Pompeu Fabra y regalé una parte significativa de mis borradores y materiales de estudio (sobre todo gongorinos, pero también cervantinos y de otros temas) a diversos jóvenes hispanistas. Tal vez se reedite próximamente, revisada y actualizada por manos ajenas, mi edición de las Canciones y otros poemas en arte mayor, pero con las páginas sobre «Dante y Góngora» que cierran el presente libro se cierra también, definitivamente, la historia de mis trabajos gongorinos. En los nidos de antaño no hay pájaros hogaño, como dijo don Quijote. Sin embargo, esta ocasión no es triste como la muerte del ingenioso hidalgo, sino todo lo contrario, porque significa el inicio de una vida nueva, que ya crece llena de versos y de melodías, valgan lo que valieren.
Siempre llevo en la mente una frase de Ortega que E. R. Curtius convirtió en uno de los lemas de su admirable Literatura europea y Edad Media latina: «Un libro de ciencia tiene que ser de ciencia; pero también tiene que ser un libro». Este libro en concreto me da la oportunidad de dar forma definitiva y presentable a la mayor parte de mis estudios y ensayos gongorinos. He decidido suprimir drásticamente todas las notas al pie, tan necesarias en su día como superfluas ahora. Las prolijas aclaraciones y las eruditas referencias biblio-gráficas de las primeras versiones de estos trabajos eran para los especialistas, pero mi concepción de los estudios literarios ha sido siempre vocacional y creativa, y ahora y así, sin más estorbo que la propia fatiga de leerme, tal vez se reconozcan mejor las trazas de la argumentación, el orden de las ideas y la intención de escribir con alguna dignidad.
Góngora, como todos los creadores verdaderamente grandes, no requiere erudición, sino algo mucho más elemental que, en principio, está al alcance de cualquiera: atención. Una de sus desgracias fue tener más admiradores pedantes y críticos quisquillosos que lectores atentos, desproporción que la posteridad ha acentuado. Yo le dediqué toda la atención que pude durante unos años de mi vida, y, quitando algunas cosillas ecdóticas o anecdóticas, he reunido aquí las páginas resultantes, que ojalá sirvan para que tú, lector atento, alcances uno de los objetivos más agradecidos y satisfactorios que conozco: entender al gran poeta cordobés Luis de Góngora y Argote.
Ahora me esperan Marta y Homero Manzi.
J. M. M. J.
Buenos Aires, 30 de diciembre de 2013.
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